En años aciagos, una niña de bucles rubios hizo reír y emocionar a una generación de estadounidenses. La actriz Shirley Temple se convirtió casi de inmediato en la estrella infantil más famosa de todos los tiempos, e inauguró la frase “niña prodigio” en el espectáculo. El lunes murió por causas naturales a los 85 años. “Falleció sin sufrir”, explicaron sus allegados.
Temple nació en 1928 en Santa Mónica, California, y actuó en más de 40 películas, pero la mayoría de ellas las rodó antes de su décimo cumpleaños. A partir de 1935, fue durante varios años el mayor imán de público de Hollywood, y a los seis años, la niña de hermosos rizos y dulce sonrisa ya podía jugar con un galardón especial, un Oscar honorífico por su “excepcional contribución al entretenimiento cinematográfico”.
Hija de un empleado de banca y una costurera, fue descubierta en una escuela de danza. De la noche a la mañana se convirtió en una estrella. Hasta el presidente Franklin D. Roosevelt sucumbió a su encanto, y agradeció a Temple que hubiese conseguido que el país sonriera en tiempos de depresión.
“La mejor niña del mundo”, como la llamaban sus fans, conquistó a los espectadores, pero su carrera cinematográfica era una lucha contra reloj, y en la adolescencia se acabaron los taquillazos. En 1940 fracasó “The blue bird” en la taquilla y su carrera de estrella infantil estaba acabada. Intentos posteriores de seguir con pie firme en Hollywood fracasaron y dejó el mundo del cine en 1949.
Temple tuvo dos matrimonios (con John Angar y con Charles Alden Black) y tres hijos. Actuó en política en el Partido Republicano, y perdió en su carrera por un escaño al Congreso en 1967. Luego, el presidente, Richard Nixon, la nombró delegada de la ONU y su sucesor, Gerald Ford, embajadora en Ghana. Con George Bush fue embajadora en la antigua Checoslovaquia.